Creó su primer prototipo a los diecisiete años y hoy exporta
a cuatro continentes; además, su entrenador de vuelo es utilizado por fuerzas
de seguridad y escuelas de pilotos en todo el mundo; por qué llamó la atención
de los presidentes Arturo Illia y Mauricio Macri
Augusto Cicaré tenía cuatro años cuando vio una edición de la revista Mecánica Popular con fotos que le llamaron la atención: unos artefactos estaban volando, pero no eran los aviones que tanto le gustaban. Le pidió a su madre que le leyera el artículo: "Es un aparato que está desarrollando un ruso que ahora vive en Estados Unidos. Se llama helicóptero, puede despegar desde el patio de casa, volar igual que un avión y volver a descender", describió María Anunciada Ercoli. Era 1941 y en ese mismo momento prometió que iba a construir uno cuando fuera grande. Su madre intentó no desanimarlo: "¿Por qué no, hijo? Si este señor pudo, vos también podés".
El señor al que se refería era nada menos que Igor Sikorsky,
el primer constructor de helicópteros en serie, exiliado en suelo
norteamericano tras la revolución rusa de 1917. Seguir sus pasos no sería nada
sencillo, pero la escena doméstica fue premonitoria: 50 años más tarde,
mientras se encontraba en el mayor festival aéreo del mundo, en Oshkosh
(Wisconsin, Estados Unidos), Cicaré se topó con otro ejemplar de la misma
publicación: esta vez tenía un helicóptero suyo en la tapa.
Así, desde Saladillo conquistó el mundo. Y la ciudad se lo
supo reconocer: al ingresar allí, tras recorrer unos 180 kilómetros por la ruta
nacional 205, una calle que lleva su nombre desemboca en la fábrica donde nacen
los artefactos que tiene la firma de este emprendedor que nació hace 79 años en
la localidad de Polvaredas, a tan sólo 29 kilómetros de allí.
Crecer de golpe
El tío de Cicaré era tornero y, con el estallido de la
Segunda Guerra Mundial, las principales automotrices no estaban fabricando
repuestos, con lo cual no daba abasto reparando piezas. Entonces Pirincho, que
por aquel entonces tenía unos diez años, comenzó a ayudarlo en el taller. En el
colegio tenía las notas más bajas, el problema era que no estudiaba. No bien
salía de la escuela se iba derecho al taller, sin comer nada.
Los sueños de que terminara la escuela y fuera ingeniero se
vieron truncados cuando su padre se enfermó y no pudo continuar estudiando.
Tenía once años, era el mayor de cinco hermanos (le seguían Hugo, María, Elba y
José María) y todavía recuerda las palabras de su madre: "Vas a tener que
ir al campo a trabajar". Su respuesta la desconcertó, pero ella terminó
accediendo. "No mamá, a mí eso no me gusta. Comprale las herramientas al
tío y yo sigo con sus clientes."
La entonces pujante fábrica de automóviles y
electrodomésticos SIAM había contratado al tío y el pueblo se quedaba sin
tornero. Así fue como Pirincho se hizo cargo del taller. Recuerda entre risas
que debía subirse a un cajón porque no llegaba al banco de las herramientas y
cuando las piezas eran muy pesadas los clientes lo ayudaban a subirlas.
En aquel entonces en Polvaredas no había luz eléctrica y por
ese paraje de 200 habitantes sólo pasaba el ferrocarril. "Hoy ni
eso", se lamenta. Fue así como, por necesidad, fabricó un pequeño motor a
nafta que hacía funcionar el lavarropas de su madre. "Funcionaba con una
hélice, pero los días de viento no podía lavar, entonces decidí hacer el
motorcito. Yo sabía que si quería armar el helicóptero me iba a tener que hacer
mi propio motor, porque plata para comprar uno no había, así que iba
practicando", relata.
Además, para hacer funcionar las máquinas del taller fabricó
un motor diesel y los chacareros de la zona le empezaron a pedir que les armara
uno igual para sus grupos electrógenos. Le llevaba tiempo, pero siempre les
cumplía.
Así fue como el proyecto empezó a tomar forma. A medida que
iba construyendo las piezas para el helicóptero, las guardaba en un armario.
Sólo su madre estaba enterada. "Tenía miedo de que alguien las viera y me
tratara de loco", sonríe.
En una oportunidad llegó a la tornería un vecino de la zona
que era piloto de avión y conocía del tema. Cicaré se fue soltando y le comentó
que tenía ganas de fabricar un helicóptero, aunque por miedo a que le pidiera
verlas no le comentó que tenía piezas ya fabricadas. "¿Vos sabés lo
complicado que es? Te vas a romper la cabeza pibe, hacé un avión que es más
fácil", le dijo el piloto. Pero el emprendedor le retrucó: "Para
hacer algo más fácil puedo hacer cualquier otra cosa, yo lo que quiero es hacer
un helicóptero. Si Sikorsky pudo, ¿por qué yo no?". Las palabras de su
madre resonaban nuevamente aquella tarde.
Pasó el tiempo y el piloto vio en vuelo uno de los primeros
prototipos de Cicaré y recordó aquella charla: "Te pido disculpas, ¡no
estabas tan loco!", le dijo.
Pirincho nunca pensó en contratar a un piloto profesional
para que pruebe sus prototipos. "Siempre los volé yo, de manera
autodidacta", afirma. A la primera versión la ató con cuatro cadenas al
piso para que, en el caso de que se desestabilizara, las palas del rotor no
tocaran el piso y no se destruyera el helicóptero. "Mi preocupación era
probarlo sin romperlo. Me había costado mucho tiempo y esfuerzo armarlo",
recuerda. Tenía 21 años.
Al primer prototipo le faltó potencia, pero se despegó del
suelo. "Para todos fue un fracaso. Para mí, un éxito total...
¡volaba!", se entusiasma. Y no bien se bajó del aparato le dijo a su
hermano que iba a fabricar un motor con el doble de potencia.
Cuando probó la nueva versión, la sensación fue totalmente
distinta. "Me costó un poquito tomarle la mano y pilotearlo, pero una vez
que lo estabilicé, jugaba dentro de lo que me permitían las cadenas",
recuerda. Una vez que quedaban libres de tensión, era una clara señal de que el
helicóptero estaba volando. "Hacía vuelos como de perdiz, ahí cerquita, me
temblaban las piernas. La emoción que sentí era increíble", explica con la
misma pasión de aquellos días.
"Acá me meten preso"
En ese entonces, Cicaré se enteró por el diario que la
Fuerza Aérea había comprado los primeros Sikorsky S-51. "Eran una belleza,
me fui hasta la base de José C. Paz y no me dejaron entrar, precisaba un
permiso. ¡Yo quería ver un helicóptero en persona!", se lamenta.
Al poco tiempo, llegaron al despacho del presidente Arturo
Illia imágenes en súper ocho y fotografías tomadas por el camarógrafo de
presidencia de Cicaré volando el primer prototipo. Y eso bastó para que el jefe
de la base aérea fuera a verlo. Cuando vio al Sikorsky, aquel mismo que no
había podido ver de cerca un tiempo atrás, aterrizar en su taller, pensó:
"Acá me meten preso".
El primer prototipo no contaba con ningún tipo de
certificación, había sido fabricado con caños de luz, fierros de maquinaria
agrícola e incluso barrales de bronce de una cama que pertenecía a su madre
cuando aún era soltera. El motor estaba hecho con fundición de chatarra. La
reacción del funcionario descartó los temores. No sólo lo felicitó, sino que le
pregunto qué precisaba. Fue así como Cicaré se instaló en la fábrica militar de
aviones durante tres meses para trabajar en un helicóptero íntegramente
nacional. Pero cuando estalló el golpe de 1966, la nueva conducción decidió no
continuar con el proyecto. Cargaron todo en un camión y lo mandaron de vuelta a
Polvaredas.
Cicaré prefiere que lo llamen constructor más que inventor.
"Inventor es el que crea algo que no existía. El inventor del helicóptero
es Leonardo Da Vinci", define. No obstante, Cicaré tiene registradas dos
patentes. Una de ellas es una pieza que reemplaza el plato oscilante que
utiliza la mayoría de los helicópteros. "Para mí resultaba una pieza tan
sencilla que hasta me da vergüenza decir que es un invento", aclara con
humildad. El otro es el entrenador de vuelo, que, a diferencia de un simulador,
que es virtual, permite pilotear un helicóptero real, semicautivo.
En los Estados Unidos ya está certificado su uso para que
diez de las cuarenta horas que componen el curso de helicóptero puedan
realizarse en él. Hoy, todos los pilotos de la Policía Federal en actividad han
hecho el curso en su invento y también ha sido adquirido por la Fuerza Aérea y
el Ejército. Como dato llamativo, en China compraron muchas unidades Cicaré,
puesto que la actividad aérea civil está prohibida, y el entrenador es
utilizado para formarse a la espera de que se permita el desarrollo de la actividad.
Por el dispositivo, Cicaré ganó el primer premio del
Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI) y luego la medalla de oro
al mejor invento en el Salón Internacional de los Inventos en Ginebra. Fue allí
que lo vio un lord inglés, quien compró un entrenador para instalarlo en su
castillo y divertirse con sus amigos. Luego recibió órdenes de compra de
diferentes lugares.
Un capítulo aparte merece su relación de amistad y
admiración mutua con Juan Manuel Fangio. En 1969, "el Chueco" dijo de
su amigo: "Cicaré es uno de esos raros hombres que con su forma de sudor y
talento les sobra para desarrollar obras que proyecten a su patria". Al
volverla a escuchar 48 años después, Cicaré se emociona y afirma que cuando
alguien tiene una idea o un sueño tiene que encargarse de demostrar que sí se
puede concretar, al menos con una maqueta. "En un dibujo todo es posible,
pero luego hay que ponerlo en práctica", comenta quien en 1974 se casó con
Isabel Ponce y tuvo tres hijos: Fernando (hoy director y CEO de la empresa),
Juan Manuel (ingeniero agrónomo) y Alfonso. Los tres trabajan actualmente en la
compañía.
Otro factor determinante, afirma Cicaré, es el sacrificio y
el esfuerzo. "Le he robado muchas horas al sueño. A veces venía mi madre a
las tres de la mañana con un vaso de leche o algo para comer porque no había
cenado para seguir trabajando en alguna pieza", rememora.
La historia de Augusto Cicaré es también la historia de un
Estado ausente. Desde aquel apoyo por parte de la fábrica militar de aviones
durante el gobierno de Illia, la empresa no había tenido ayudas concretas más
allá de algún proyecto frustrado por los cambios de autoridades o del
oportunismo electoral, cuyas promesas se las lleva el viento.
En 2015, antes de ser presidente, Mauricio Macri se presentó
en la fábrica y quedó sorprendido por los desarrollos. Preguntó si había
demanda por los helicópteros y entonces Fernando le comentó que efectivamente
había demanda, tanto de los helicópteros como de los entrenadores de vuelo en
diferentes mercados alrededor del mundo, pero que la capacidad de la fábrica
sólo les permitía construir entre 10 y 12 unidades por año. "Entonces hay
que producir más, construir una fábrica más grande. Si llego a presidente me
comprometo a apoyarlo, por lo menos tiene que producir 50 o 100 unidades
anuales", dijo Macri.
En octubre último, al inaugurar el 52° Coloquio de IDEA en
Mar del Plata, ya como presidente, Macri citó Cicaré como un ejemplo a seguir y
a su empresa como una de las tantas que había que apuntalar para que puedan
crecer. "Yo no estaba viendo la televisión, me llamaron para contarme y me
dijeron: «Hasta te nombró como Pirincho». Pensé que me estaban cargando. Pero
cuando llegué esa noche a casa, puse la televisión y ahí lo vi... ¡no lo podía
creer! Eso me dio fuerzas para seguir adelante, me puse a pensar en los nuevos
proyectos que tengo", se entusiasma, y remata: "Soy muy creyente y
paso todas las mañanas antes de venir a la fábrica a rezarle a la Virgen de
Loreto [patrona de la aeronáutica] y le pido que me dé unos cuantos años más de
vida, porque todavía hay muchas cosas interesantes por hacer".
Las oficinas son sencillas y el hangar de desarrollo de los
nuevos prototipos es tan pulcro como un quirófano. "Ahora los recibe
Pirincho", anuncia la secretaria, quien lo llama por el apodo con el que
lo bautizó un tío, y conduce a la nacion por un breve recorrido por la fábrica
hasta llegar a un segundo hangar, donde conviven los primeros prototipos con
modelos de última generación.
Es ahí mismo donde, desde hace 11 años, fabrica helicópteros
en serie. En 2016, la empresa produjo 20 unidades y este año tiene proyectado
fabricar entre 30 y 35. También tiene en carpeta la construcción de un hangar
nuevo que le permitirá duplicar la capacidad de la planta para llevarla a un
volumen de 80 unidades por año en 2019. Además, cuenta con 30 empleados, pero
ya planea expandir la plantilla a 40.
Casi el 80% de la producción se exporta. El mercado asiático
se lleva un 40%; Europa, un 30%; Estados Unidos, un 15%, y el restante 15% va a
Oceanía y Sudamérica.
El 60% de las ventas proviene de los modelos Cicaré 8 y
Cicaré 12 (ambos biplazas) y el Cicaré 7 (monoplaza), que cuestan entre US$
76.200 y US$ 153.300. El restante 40% se origina en la comercialización de
entrenadores de vuelo para las fuerzas de seguridad nacionales y para
entrenamiento privado en el exterior, ya que cuentan con certificación para los
Estados Unidos, Europa y China.
Una vida de logros
Del primer prototipo a un presente de éxito y reconocimiento
internacional
Descubrimiento: Augusto Cicaré tenía cuatro años cuando vio
un helicóptero por primera vez en la revista Mecánica Popular
Primer prototipo: Con 21 años, cumple el sueño de su vida,
logra volar un helicóptero fabricado con sus propias manos. Con el tiempo los
iría perfeccionando
Entrenador de vuelo: El dispositivo diseñado por Cicaré
permite a los pilotos aprender a volar con un helicóptero real sin correr
riesgos. La invención le valió la medalla de oro en el Salón de Ginebra
Producción en serie: Desde hace más de 11 años que la
empresa comercializa sus helicópteros. Hoy cuenta con dos modelos biplaza y un
monoplaza
Exportaciones: El 80% de la producción se destina al mercado
internacional, principalmente Asia y Europa. También comercializan en
Sudamérica y Oceanía
Planes de expansión: Con financiamiento del BICE y del
Fondear proyecta construir un nuevo hangar para duplicar la capacidad de la
planta a 80 unidades
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